Panorama |
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Desde la antigüedad, las mujeres han ocupado un lugar subordinado en el plano social, político, económico y cultural
En prácticamente todas las sociedades contemporáneas, dentro del hogar, la carga de las tareas domésticas sigue recayendo sobre el sexo femenino
La hegemonización social y económica del trabajo asalariado en modo alguno significa que ésta constituya la única modalidad de trabajo ni siquiera la única relevante.
En las últimas décadas, los esfuerzos por hacer visible y contabilizar el trabajo no remunerado han constituido uno de los ejes principales de elaboración teórica y de acción política de las organizaciones feministas y de mujeres
Las encuestas de usos del tiempo permiten afirmar que el tiempo que dedican las mujeres a trabajar es ligeramente mayor que el de los hombres
...en los últimos cinco años, se constata una incipiente tendencia a la igualación en el empleo del tiempo de mujeres y hombres
En el caso de los hombres, el aumento de su carga de trabajo semanal se debe, al contrario que en el caso de las mujeres, a una disminución de las horas de trabajo monetarizado y a un aumento del tiempo dedicado a las tareas domésticas
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APORTACIONES DE LAS MUJERES AL MOVIMIENTO COOPERATIVO. A continuación ofrecemos tres de las cuatro ponencias que se prepararon para el Taller de Género y Cooperativismo que se realizó en el marco de la I Conferencia Iberoamericana de Integración Cooperativa, celebrada en Noviembre de 1999 en Madrid. Con estas ponencias, AMECOOP quiso dentro de la actividad específica de género que se realizó, aportar a la I Conferencia aspectos sobre mujeres y movimiento cooperativo, historia del movimiento de mujeres y economía y género. Las ponentes ofrecieron a través de su trabajo un panorama sobre estos tres aspectos que permitió después a las 82 participantes del taller, trabajar sobre propuestas a realizar al movimiento cooperativo. Dichas propuestas se recogieron en una Declaración final sobre Mujeres y Cooperativismo que se leyó en la clausura de la Conferencia. El seguimiento a las propuestas que se plasman en dicha declaración es una labor a la que AMECOOP , junto con otras entidades, está dando seguimiento. La II Conferencia Iberoamericana, a celebrar en Río de Janeiro el 6 de diciembre de 2000, será una buena oportunidad para profundizar en estos aspectos.
EL TIEMPO DE TRABAJO Y SU DISTRIBUCIÓN POR SEXOS EN LA COMUNIDAD AUTÓNOMA VASCA Por Arantxa RODRIGUEZ y Mercedes LARRAÑAGA Arantxa RODRIGUEZ y Mercedes LARRAÑAGA son profesoras del Departamento de Economía Aplicada I de la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de la Universidad del País Vasco-Euskal Herriko Unibertsitatea. Las autoras revisan la articulación actual de la división del trabajo por sexos, reflejando las implicaciones que esto tiene tanto para la autonomía de las mujeres como para la valoración social y el reconocimiento de sus aportaciones a la economía. Introducción Desde la antigüedad, las mujeres han ocupado un lugar subordinado en el plano social, político, económico y cultural. Todavía hoy y, a pesar de los avances conseguidos, en todas las sociedades contemporáneas, mujeres y hombres siguen desempeñando tareas y roles diferenciados en la sociedad. Y es a partir del mantenimiento de estas diferencias que se reproduce la subordinación de las mujeres, de tal manera que puede decirse que dicha subordinación está directamente relacionada con la división sexual del trabajo si bien es una consecuencia de aquella y no a la inversa. Existe una forma de división social del trabajo que encuentra sus racionalizaciones ideológicas en argumentos que apelan a supuestas peculiaridades propias de cada sexo (1). La definición de estas peculiaridades es, tal y como afirma Simone de Beauvoir en El segundo sexo, estrictamente cultural (2) y, por tanto, la división del trabajo en función del sexo lo es en función del sexo culturalmente definido entre otras cosas por la posición misma que se le adjudica en este sistema de división del trabajo. De acuerdo con estas peculiaridades físicas, los hombres han ocupado a lo largo de la historia puestos de dirección, creativos o de inventiva en todas las esferas de la sociedad, mientras que las mujeres desempeñan puestos en general más monótonos y pasivos basándose en las cualidades convencionales del patrón de conducta femenino: pacientes, sumisas, minuciosas y sometidas siempre a la autoridad. A lo largo de la historia, las mujeres no han sido consideradas como seres diferentes sino que han sido definidas como "hombres incompletos e inferiores" (3). Empíricamente es fácil constatar que la división de tareas por sexo tiene lugar tanto entre el trabajo doméstico y extradoméstico como internamente en cada uno de estos ámbitos. Esto permite afirmar que existe una división sexual del trabajo en la medida en que las actividades de mujeres y hombres en una sociedad, tanto dentro como fuera del hogar y la familia, están segregadas en función del sexo (4). En general, esta división sexual del trabajo se traduce en una jerarquización en cuanto a la valoración social y económica otorgada a la funciones que unas y otros desempeñan y que se realiza en perjuicio de las actividades femeninas, invisibilizadas e infravaloradas. En prácticamente todas las sociedades contemporáneas, dentro del hogar, la carga de las tareas domésticas sigue recayendo de forma desproporcionada -cuando no en exclusiva- sobre el sexo femenino. Esta situación se da incluso en aquellas sociedades donde la participación masculina en el trabajo doméstico es comparativamente alta. Porque, aunque existen indicios de que la participación de los hombres en las tareas domésticas va en aumento, las transformaciones en la división del trabajo en el ámbito familiar se operan a un ritmo mucho más lento que en el trabajo remunerado. Y las innegables mejoras en las tecnologías del trabajo doméstico tampoco han alterado significativamente el hecho de que las tareas domésticas continúan ocupando un número considerable de las horas semanales de trabajo de las mujeres. La división sexual del trabajo en el ámbito doméstico se corresponde, así, con la división sexual del trabajo en el mercado laboral (5). De hecho, ambas formas de división sexual del trabajo están profundamente interconectadas y ésta correspondencia es una manifestación de la fuerte interdependencia entre el funcionamiento de la esfera doméstica y la esfera mercantil que constituye uno de los rasgos identificativos de la organización social. El reconocimiento de esta interdependencia es fundamental para entender la dinámica de la discriminación de las mujeres en la sociedad actual, su inserción parcial, desventajosa y precarizada en el mercado laboral y su impacto en el mantenimiento de unas relaciones sociales en la propia esfera privada basadas en la dependencia y la subordinación (6). De manera que no es posible entender las experiencias de trabajo de las mujeres en una esfera sin tener en cuenta su experiencia en la otra. De igual modo, no es posible comprender la organización social del trabajo en el mercado laboral sin referencia a la organización familiar; y no sólo porque el nivel de disponibilidad para el mercado laboral descansa, en gran parte, en la producción doméstica sino porque la propia delimitación del tiempo de trabajo asalariado se estructura sobre la base de una diferenciación espacial y temporal previa entre tiempo de trabajo para el mercado y tiempo de trabajo de no mercado. No obstante, por lo general, familia y trabajo siguen siendo tratadas como esferas autónomas que obedecen a lógicas diferentes. Esta manera tradicional de abordar la cuestión no es sino un reflejo del androcentrismo dominante en las ciencias sociales (7). Uno de los ejemplos más evidentes de esta visión androcéntrica y sexista de la sociedad es la consideración del trabajo doméstico como "trabajo improductivo" y su exclusión de los Sistemas de Cuentas Nacionales. Sin embargo, de acuerdo con el Diccionario de la Lengua Española, trabajo es "la acción y el efecto de trabajar", y trabajar "ocuparse en cualquier ejercicio, obra o ministerio". Aunque en esta definición no se restringe el concepto al trabajo remunerado o asalariado, en la mayor parte de la literatura económica la equiparación entre empleo y trabajo, es prácticamente total. Pero esta asimilación del concepto de trabajo con la actividad remunerada es una invención de la modernidad que tiene su origen en la estricta división sexual del trabajo que surge con el desarrollo del capitalismo industrial. Con la industrialización, se inicia un proceso paralelo de salarización de la fuerza de trabajo y de externalización fuera del ámbito doméstico de la producción de bienes y servicios para el mercado. En la medida que la producción para el mercado se socializa, la división de tareas entre mujeres y hombres se redefine en torno a la separación espacial y temporal entre producción para el consumo privado y producción para el mercado. La segregación de esferas y la estricta división de tareas por sexos se combinan para asignar a las mujeres la responsabilidad sobre el cuidado de la familia y el hogar condicionando su actividad laboral a las exigencias de la organización doméstica y garantizando, simultáneamente, la disponibilidad plena de los hombres. Así pues, con el desarrollo de la sociedad industrial, el trabajo asalariado se convierte en la forma socialmente dominante de la actividad productiva mientras que el trabajo doméstico, que se realiza de forma individual, en el ámbito privado y feminizado, se torna invisible y pierde progresivamente la categoría misma de trabajo. Ahora bien, la hegemonización social y económica del trabajo asalariado en modo alguno significa que ésta constituya la única modalidad de trabajo ni siquiera la única relevante. Junto a éste, siguen coexistiendo otras modalidades, incluído el trabajo doméstico, pero también la autoproducción, el trabajo voluntario, etc., que aunque no derivan una compensación monetaria requieren una inversión de tiempo, dedicación y energía para producir bienes y servicios para terceras personas. La exclusión de estas actividades de los Sistemas de la Contabilidad Nacional supone no sólo un grave error de subestimación económica de la riqueza que produce una sociedad sino la invisibilización y el desprecio de una parte importante de la contribución económica de las personas que no participan directamente de la producción para el mercado y que son mayoritariamente mujeres (8). En las últimas décadas, los esfuerzos por hacer visible y contabilizar el trabajo no remunerado han constituído uno de los ejes principales de elaboración teórica y de acción política de las organizaciones feministas y de mujeres. Estos esfuerzos se centran en dar carta de identidad al trabajo doméstico, mostrando que esta actividad no sólo tiene como objetivo la producción de bienes y servicios para terceras personas sino que, además, puede ser analizada en términos equiparables a los del trabajo remunerado, incluyendo aspectos de las condiciones de trabajo como monotonía, intensificación, entorno técnico, etc. Se trata de romper, de este modo, la equívoca asimilación de trabajo con empleo y ampliar el concepto de actividad económica para incluir una visión no sesgada e integral de la economía. Por otra parte, a estos esfuerzos se ha sumado en fechas recientes el respaldo de foros internacionales como la IV Conferencia Internacional de las mujeres de Beijing y la Cumbre Social de Copenhague, en 1995, que han afirmado la necesidad de contabilizar el valor de la aportación del trabajo doméstico a partir de la elaboración de nuevos indicadores económicos y cuentas satélite para superar la parcialidad de la actual Contabilidad Nacional de los países (9).
El reparto global de la carga de trabajo entre mujeres y hombres Desde una perspectiva integrada de la economía, la carga de trabajo que se realiza en una sociedad se compone del volumen de horas de trabajo que se invierten en el mercado laboral más el número de horas que se dedican al trabajo fuera del mercado. El tiempo de trabajo mercantil, remunerado, viene dado por el número de personas ocupadas en el mercado de trabajo y en función de la duración efectiva de la jornada laboral anual. El tiempo de trabajo no remunerado o no monetarizado, se realiza mayoritariamente en la esfera privada y su volumen puede estimarse a partir de las encuestas de presupuestos de tiempo. Pero, mientras el tiempo de trabajo remunerado dispone para su estimación de una amplia cobertura estadística (10), el trabajo no remunerado permanece oculto por los indicadores y las estadísticas oficiales; esta deficiencia ha sido, en parte, subsanada por la creciente elaboración de las encuestas sobre usos del tiempo. A pesar de sus limitaciones (11), estas investigaciones se han convertido en un instrumento clave para estimar la dimensión del trabajo y la economía no monetarizada. Así, desde principios de los años 80 las encuestas de presupuestos y usos del tiempo han mostrado que, a nivel mundial, aunque el tiempo destinado al trabajo remunerado es, después del sueño, la actividad más prolongada de una parte de la población, en conjunto, el tiempo destinado a trabajo no remunerado (doméstico, fundamentalmente) forma una masa aún mayor (12). Para las mujeres, los resultados de estas encuestas han sido determinantes porque han permitido revelar una realidad oculta e invisible que les afecta de forma especial. Así, datos agregados obtenidos a partir de encuestas en diferentes países estiman que las mujeres realizan más de la mitad del volumen total de trabajo en el mundo, aunque sólo un tercio de ese tiempo de trabajo corresponde a actividades comerciables remuneradas incluidas en el Sistema de Cuentas Nacionales. De manera que mientras la mayor parte del trabajo masculino (2/3 en los países industrializados y 3/4 partes en los países en desarrollo) percibe ingresos y el reconocimiento por su contribución económica, la mayor parte del trabajo femenino sigue estando no remunerado y no valorado (13). Las encuestas de usos del tiempo permiten afirmar que, si se tiene en cuenta el trabajo monetarizado y el no monetarizado, mujeres y hombres trabajan una cantidad de horas equivalentes si bien, en la mayoría de los países, las encuestas muestran que el tiempo que dedican las mujeres a trabajar es ligeramente mayor que el de los hombres. A nivel agregado, datos ampliamente citados del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo Humano (PNUD, 1995), estiman que en los países industrializados las mujeres asumen un 51% de la carga global de trabajo mientras que los hombres realizan el 49%. Las pautas agregadas de distribución del tiempo de trabajo recogidas en el Informe PNUD, se mantienen también para la Comunidad Autónoma del País Vasco (CAPV). Las dos Encuestas de Presupuestos de Tiempo elaboradas en la CAPV por el Instituto Vasco de Estadística, Eustat, en los años 1993 y 1998, confirman una distribución similar del reparto del tiempo global de trabajo. De acuerdo con la encuesta realizada en el año 1998, en la CAPV, las personas adultas dedican al trabajo un promedio semanal de 38 horas y 25 minutos, repartido practicamente al 50% entre trabajo monetarizado y trabajo no monetarizado. Ahora bien, como puede observarse en el cuadro 1, la distribución del tiempo global de trabajo entre mujeres y hombres es notoriamente desigual: mientras los hombres trabajan como media 35:26 horas a la semana, el número de horas de trabajo de las mujeres asciende a 44:56; es decir, las mujeres trabajan un promedio de 9 horas y media más a la semana que los hombres, o lo que es lo mismo 1 hora y 22 minutos más al día. Esto significa que, en el año 1998, los hombres de la CAPV desarrollan el 44% de todo el trabajo que se requiere para mantener el nivel de bienestar y riqueza existente, mientras que sobre las mujeres recae el 56% de la carga total de trabajo de la sociedad (14). Pero además, mientras a las mujeres se les ha atribuido socialmente el trabajo no remunerado, los hombres se concentran en el que permite obtener ingresos. Así, en 1998, los hombres dedican el 72% de su tiempo semanal al trabajo remunerado y el 28% restante a las tareas domésticas y al cuidado a personas del hogar. En el caso de las mujeres, estas proporciones son muy distintas puesto que dedican en el promedio semanal el 63% de su tiempo al trabajo no monetarizado y el 37% al trabajo remunerado. Por otra parte, el cuadro 2 refleja que si bien los hombres en conjunto no realizan ni la mitad (44%) del trabajo semanal total en la CAPV acaparan, sin embargo, el 61% del trabajo remunerado. Por el contrario, sobre las mujeres recae el 56% de todo el trabajo semanal, tan sólo realizan el 39% del trabajo monetarizado y el 74% de todo el trabajo no remunerado. Persisten diferencias muy importantes en cuanto a la asignación por sexo de las distintas tareas; cuando los hombres realizan algunas tareas domésticas, la asignación de éstas no es homogénea, sino que se produce una "especialización" que resulta generalmente desfavorable para las mujeres tanto en cantidad como en calidad. Habitualmente, las mujeres suelen ocuparse de las tareas menos discrecionales, mas laboriosas y de las que deben realizarse a diario, como la preparación de los alimentos, la limpieza y el cuidado de las(os) niñas(os), mientras que los hombres se ocupan de tareas más esporádicas como el bricolage, las relaciones con la comunidad de vecinos o los trámites burocráticos. La mayor contribución relativa de los hombres a los quehaceres domésticos no remunerados consiste en ir de compras y otras diversas actividades domésticas, como las reparaciones en el hogar. Pero, incluso en estas categorías, su contribución en tiempo sigue siendo menor que la de las mujeres (15). En el caso de la CAPV, en el año 1998, las mujeres dedican muchas más horas semanales que los hombres a la preparación de comidas (7 horas y 37 minutos más), a la limpieza (4 horas y 52 minutos más) y a la ropa (2 horas y 47 minutos más). Destaca, por ejemplo, el hecho de que los hombres apenas dediquen tiempo a las principales tareas relacionadas con la ropa, es decir, a la colada y al planchado (dedican sólo 3 minutos semanales a la colada y otros tres minutos a la plancha). Los hombres sólo dedican más tiempo que las mujeres a las gestiones (10 minutos más) y, si las tendencias de 1993 (16) se confirman, también al bricolage y al cuidado de animales domésticos. Ahora bien, la distribución de la carga de trabajo no permanece fija a lo largo de los años. Así, si comparamos los resultados de las dos Encuestas de Presupuestos de Tiempo realizadas en la CAPV en 1993 y 1998, es posible detectar algunos cambios bastante llamativos en el empleo del tiempo de hombres y mujeres, especialmente en el caso de estas últimas. A partir de los cuadros 1 y 2, en los últimos cinco años (17), se constata una incipiente tendencia a la igualación en el empleo del tiempo de mujeres y hombres. En primer lugar, se detecta un extraordinario aumento de la carga de trabajo monetarizado para las mujeres y una disminución del tiempo invertido en trabajo no monetarizado, ambos de una magnitud nada desdeñable. La segunda pauta de cambio es un descenso en la carga semanal de trabajo monetarizado entre los hombres a la vez que aumenta su contribución al trabajo no monetarizado. Ambas tendencias, en conjunto, hacen que la participación de mujeres y hombres en el trabajo monetarizado sea más igualitaria que en el año 1993. En tercer lugar, se produce un aumento de la participación de los hombres en el trabajo doméstico si bien este aumento se deriva sobre todo de la disminución de las horas de trabajo doméstico de las mujeres y, en menor medida, de un aumento en términos absolutos de las horas que los hombres dedican a este trabajo. Por último, de la lectura del cuadro 3, se deduce que la carga de trabajo semanal total de las mujeres ha aumentado en 2:05 horas como consecuencia del espectacular incremento de las horas de trabajo remunerado (6:57 horas) y la disminución, algo menor pero cuanto menos inesperada y nada despreciable, del trabajo no monetarizado (4:52 horas). En el caso de los hombres, el aumento de su carga de trabajo semanal (de 12 minutos) se debe, al contrario que en el caso de las mujeres, a una disminución de las horas de trabajo monetarizado (56 minutos) y a un aumento del tiempo dedicado a las tareas domésticas y al cuidado a personas del hogar (1:08 horas). A pesar del asombroso aumento del número de horas semanales de trabajo monetarizado en el caso de las mujeres (nada menos que del 70%) y al aumento de un 13% de la carga de trabajo no monetarizado en el caso de los hombres, no conviene olvidar que la distribución del trabajo entre mujeres y hombres sigue siendo, en el año 1998, muy desigual. Sin embargo, cabe destacar la tendencia a una disminución de las horas de trabajo no monetarizado y por tanto a una disminución también de la participación del trabajo no remunerado en el trabajo total. De modo que, si en 1993, el 53% de todo el trabajo semanal era no remunerado, en 1998, la carga total de trabajo semanal se repartía al 50% entre el trabajo doméstico y el trabajo mercantil. Y, sin embargo, el hecho de que exista una tendencia, más o menos marcada o difusa, a un creciente reparto de las tareas domésticas dentro del hogar podría indicar que estamos ante un cierto cambio en los roles familiares tradicionales. Cabe pues preguntarse si no empieza a perfilarse también para los hombres una suerte de "doble presencia" embrionaria lo cual permitiría imaginar un futuro en que las discriminaciones entre los roles sexuales fueran menores (18). Pero también es posible que una distribución más equitativa del trabajo doméstico entre mujeres y hombres sea más un deseo que una perspectiva realista; por una parte, porque el privilegio masculino está muy consolidado y generalizado y, por otra, porque los hombres son demasiado conscientes de sus luchas históricas por el aumento del salario y la reducción del tiempo de trabajo como para aceptar un incremento de la carga total de trabajo cotidiano sin otra recompensa que una reducción de sus sentimientos de culpa. Una redistribución eficaz del trabajo doméstico sólo será posible a través de una masiva redistribución de los recursos sociales en favor de la reproducción de la población (19). Hay autoras que consideran que los trabajos domésticos son siempre vergonzosos y menospreciables y, por ejemplo, a Simone de Beauvoir le cuesta encontrar palabras suficientes para describir el vacío, el absurdo de las tareas de limpieza de la casa. No creemos que estos trabajos sean menos respetables o menos útiles que los trabajos remunerados en el mercado aunque la idealización que se ha hecho del trabajo remunerado pueda, a veces, llevarnos a esa conclusión. No es que el trabajo doméstico sea peor o mejor que cualquier otro trabajo; la cuestión es que su asignación primordial y casi en exclusiva a las mujeres constituye un factor adicional que limita sus posibilidades de elegir una ocupación en consonancia con sus aptitudes y sus aficiones. En resumen, las encuestas de usos del tiempo confirman, sin ningún tipo de dudas, la persistencia de una desigual distribución de la carga de trabajo remunerado y no remunerado entre mujeres y hombres. Y, sin embargo, la comparación entre las Encuestas realizadas en la CAPV en 1993 y 1998 permite identificar algunos elementos significativos de cambio en la división actual del trabajo por sexos. En particular, los datos de dichas encuestas (ver cuadro 2) reflejan que el aumento en la participación laboral de las mujeres se corresponde con una menor dedicación de éstas al trabajo doméstico. Esta relación sugiere que el acceso al empleo de las mujeres, especialmente de las que tienen responsabilidades familiares, en las últimas décadas, es un factor clave para explicar los cambios en la cantidad de tiempo invertido en el trabajo doméstico por mujeres y hombres. Y, aunque el reparto igualitario del trabajo doméstico entre mujeres y hombres se sitúa en un horizonte aún lejano, en la actualidad, las perspectivas de transformación de este reparto tienen mucho que ver con la dinámica de participación laboral de las mujeres; una dinámica que hace cada vez más inviable el modelo de organización familiar aún vigente basado en la existencia de una mujer, ama de casa, con dedicación exclusiva al trabajo doméstico. La progresiva incorporación de las mujeres al mercado laboral esta poniendo irremediablemente en cuestión ese modelo y es, además, el factor fundamental de la transformación de la división sexual clásica del trabajo.
Notas 1. La idea de que la división sexual del trabajo constituye un hecho "natural" ha sido difundida entre las ciencias sociales por la antropología androcéntrica. 2. Esta idea es ampliamente difundida tras la publicación, en 1949, de "El segundo sexo" de Simone de Beauvoir. De Beauvoir reconoce las diferencias biológicas hombre-mujer pero sostiene que no es en el terreno de la biología donde se juega el destino de las personas sino en el ámbito social que es un ámbito histórico y cultural. La feminidad, como la masculinidad, es un estereotipo que hay que aprender. 3. Agacinski, S. (1999) "Contre l'effacemente des sexes", Le Monde, 6 de febrero. 4. Saltzman, J. (1992) "Equidad y Género". Madrid: Cátedra. 5. Borderías, C. (1993) Entre Líneas. Trabajo e identidad femenina en la España contemporánea. La Compañía Telefónica 1924-1980. Barcelona: Icaria. 6. Picchio, A. (1994) "El trabajo de reproducción, tema central en el análisis del mercado laboral", en Borderías et al (eds.) (1994) Las mujeres y el trabajo. Rupturas conceptuales. Barcelona: Icaria-FUHEM. 7. El paradigma androcéntrico construye el que el modelo general de análisis (social, histórico, antropológico, filosófico...) tomando como referencia la situación de la población masculina, toma el modelo masculino como el paradigma general de lo humano. 8. ver Naciones Unidas (1995) Situación de la Mujer en el Mundo, 1995. NY: Naciones Unidas y PNUD (1995) Informe sobre desarrollo humano, 1995. México: PNUD. 9. La inadecuación del concepto de trabajo y de los indicadores económicos de medición de la producción, el valor, el desarrollo y el bienestar, han sido denunciados por diversos sectores: las mujeres, por la subestimación de la producción doméstica; las(os) ecologistas, por la desconsideración de los costes de la destrucción del medio ambiente; por los países menos industrializados, por la subestimación del peso de las actividades no mercantiles y de subsistencia. ver Naciones Unidas (1995) Situación de la Mujer en el Mundo, 1995. NY: Naciones Unidas y PNUD (1995) Informe sobre desarrollo humano, 1995. México: PNUD. 10. Sin duda incompleta y con numerosas lagunas como en el caso de la contabilizacion de la economía sumergida. 11. Las encuesas de presupuestos de tiempom en las que se interroga a las personas acerca de sus actividades diarias a lo largo de un determinado período, tampoco se han librado de las críticas por resultar insulsamente descriptivas y teóricamente uniformes así como poco esclarecedoras debido a las complicaciones prácticas del análisis de las estimaciones de tiempo y la ausencia de una teoría apropiada. 12. Durán, M. A. (1991) "El tiempo en la economía española", Información Comercial Española, # 695. 13. PNUD (1995) Informe sobre desarrollo humano, 1995. México: PNUD. páginas 97-110. 14. En 1993 estos porcentajes eran del 45% para los hombres y del 55% para las mujeres. Por lo tanto se puede apreciar un ligero aumento de la diferencia de la carga de trabajo de las mujeres y de los hombres. 15. Situación de la mujer en el mundo, opus cit. 16. En 1998 las actividades de semi-ocio no vienen desagregadas por tipo de actividad por lo que no disponemos de los datos precisos. 17. De todas maneras el escaso tiempo transcurrido entre las dos encuestas, sin duda un tiempo demasiado corto para que se produzcan cambios estables tan espectaculares hace conveniente una cierta cautela en el análisis de los resultados. Habrá que esperar algún tiempo para corroborar que los cambios observados entre 1993 y 1998 se mantienen en el tiempo. 18. Balbo, L. (1978) "La doble presencia" en Las mujeres y el trabajo. Rupturas conceptuales, opus cit. 19. Picchio, A., (1992) "El trabajo de reproducción, tema central en el análisis del mercado laboral", en Las mujeres y el trabajo. Rupturas conceptuales. opus cit. |
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