Mujeres en movimiento |
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Los nacionalistas se apoyaban en imágenes como la virilidad del hombre español y las cualidades maternales de la mujer.
Mientras los republicanos apoyaban la emancipación femenina, a la vez demostraban el miedo con acciones represivas.
Las mujeres tradicionales rechazaron las nuevas ideas de liberación y miraban a la mujer emancipada como a una mujer corrupta. |
EL TEMPERAMENTO DE UNA GENERACIÓN DE ESPAÑOLAS:
Emilia Garofalo En las últimas décadas, un tremendo trabajo se ha dirigido hacia la recuperación de material impreso durante la Segunda República que fue olvidado, escondido o archivado hasta tiempos mejores. Dado que el empuje durante los años setenta se concentró más bien en la recuperación de la producción cultural masculina, la obra de las mujeres sufrió, como resultado, una doble marginalización. Mientras que textos y obras visuales producidos por mujeres proyectaban unos deseos de transformación considerables a comienzos de los años republicanos, la frustración causada por los abruptos cambios políticos después de 1936 dejó espacio para pensamientos y conceptos alternativos que incidieron en su producción cultural. Las complejidades dialécticas de los eventos histórico-políticos dividieron España en dos bandos (Republicano/Nacionalista). En un trabajo que se publicará pronto, escogí a algunas mujeres y su contribución desde los dos lados de esa dicotomía política. Entre ellas se encuentran: Rosario de Velasco, Maruja Mallo y Remedios Varo (pintoras); Manuela Ballester y Juana Francisca (cartelistas); Concha Espina y Luisa Carnés (novelistas); Pilar Primo de Rivera (fundadora de la Sección Femenina de la Falange) y la socialista Matilde de la Torre (diputada en las cortes de Asturias y Directora general de Comercio Interior). Tanto la contribución creativa de estas mujeres como sus actividades centradas en la educación de otras españolas de cara a realizar reformas sociales y políticas, han sido objeto de algunos estudios recientes. Sin embargo, ninguna de las investigaciones estudia el producto cultural en sus aspectos más amplios. Más específicamente, ningún trabajo, que yo sepa, combina un análisis de la imagen de la mujer a través de las bellas artes, carteles o literatura en una investigación que quiere examinar dicha contribución de las españolas desde una perspectiva histórica, conectando todos los componentes (iconográficos y literarios) de esta producción con el contexto sociopolítico de la Segunda República. Tras sacar a la luz estos trabajos, me daba cuenta de las voces emergentes que gradualmente se complicaban hasta llegar a un impasse y más tarde a una regresión, voces que fueron finalmente silenciadas con el nuevo gobierno en 1939, u olvidadas en el exilio. Los nacionalistas con frecuencia se apoyaban en imágenes y lenguaje con género, tal como la “legendaria” virilidad del hombre español y las cualidades maternales y cuidadosas de la mujer. Los que más o menos se conformaban con este papel convencional encontraban aceptación en la sociedad. Al otro lado del continuo político, el carácter progresista del gobierno republicano produjo cambios y reformas repentinos, muchos de ellos dirigidos al estatus y la calidad de vida de las mujeres. Sin embargo, el “género” del discurso y de la propaganda bélica no fueron exclusivamente una estrategia de los nacionalistas. A pesar de las afirmaciones republicanas de promover la emancipación de la mujer, las que realmente adoptaron ideas vanguardistas y se arriesgaron a incorporarlas en su pintura y escritura, muchas veces fueron sujetas a sanciones, marginalización y, en última instancia, olvido. Las escritoras y artistas escogidas nos llevan a entender cómo ellas se percibían en ese ámbito. Mientras la conservadora Velasco mantenía una visión ideal y romántica del mundo, Mallo y Varo se veían a través de una identidad doble, casi hermafrodita, si no totalmente asexuada. La primera producción pictórica de Velasco demuestra, incluso en sujetos femeninos, unos trazos innovadores en su técnica, forma, color, pero sus trabajos posteriores se vuelven a temas y métodos tradicionales. En contraste, la representación visual de la “mujer ideal” de Mallo y Varo se puede juzgar como degradante y perjudicial desde un punto de vista puramente surrealista. En cambio, sugiero que ellas percibieron, después de la etapa surrealista, la imagen de su yo como una identidad sexual andrógina que les sirvió para neutralizar las imágenes misóginas de sus contrapartes masculinas, y que las empoderó con un poder simbólico ausente en su experiencia pictórica anterior. El análisis paralelo de algunos carteles de la Guerra Civil nos ofrece una iconografía de mujeres que fueron relegadas de forma progresiva, tanto física como socialmente, a la retaguardia. La distinción entre carteles hechos por hombres y los hechos por mujeres (Juana Francisca y Manuela Ballester) está marcada por las diferencias en el uso del color, la postura de las figuras, la ropa (o falta de la misma), etc. Sin embargo, en casi todos los carteles la imagen de un papel tradicional para las mujeres siempre se enfatiza junto al ideal del esfuerzo y el “sacrificio” hasta una victoria en la guerra. Las perspectivas diametralmente opuestas de la literatura de Concha Espina y Luisa Carnés ponen de manifiesto el poder relativo entre las mujeres de la burguesía frente a las condiciones deplorables de las mujeres en la clase proletaria. Las novelas de Concha Espina parecen caber dentro de un marco “ilustrativo” (en un esquema que adoptó libremente de Georges Lukacs), en el que el discurso de una emancipación para la mujer española retrocede a una posición de extremo conservadurismo, tal como vemos en la trama de dos de las más populares novelas de la época de las que ella fue autora: La virgen prudente y Retaguardia. Las novelas de Luisa Carnés, en cambio, caben en una clasificación de “crítica social.” Peregrinos de Calvario, Natacha, y Tea Rooms exploran heroínas que demuestran grados de madurez y conciencia social. Por lo general son anti-heroínas: bajo la intensidad extrema de pobreza, hambre y frío, ellas se rinden a una existencia que se considera deshonrosa por los estándares moralizantes de la sociedad burguesa. En la política, la influencia carismática de Pilar Primo de Rivera demuestra el extraordinario control ejercido por una ideología tradicional sobre las mujeres españolas. En las mentes de las mujeres de hoy Pilar Primo de Rivera fue una figura totalmente involucrada en los poderes “viriles” (aunque en nombre de un amor fraternal). Sin embargo, ella fue la responsable de la creación de un mecanismo que consolidó a casi todas las mujeres españolas en una coalición sin precedentes, aunque las acciones de la Sección Femenina siempre mantuvieron posturas aceptadas en los roles de género tradicionales. Por contraste, la casi desconocida figura (hoy) de Matilde de la Torre con su visión progresista, ejerce de contrapeso frente a la imagen convencional de las mujeres en la Segunda República. Torre dedicó su vida al servicio civil a través de su rol en el espacio público. Unos ensayos suyos demuestran eficazmente una visión utópica de las mujeres en el contexto de la recién nacida República y nos dan una rara y preciosa percepción de los puntos de vista progresistas y feministas de la época. La premisa, entonces, es que la temprana elección social y política que estas mujeres tomaron por y para sí mismas influyó implícita y explícitamente en el temperamento de su producción cultural. La pregunta surge sola: ¿cómo entender el mecanismo que encaja y une las distintas posiciones de estas mujeres? Requiere que miremos más allá de las dicotomías blanco/negro, derecha/izquierda, hacia un marco analítico más elaborado. La emancipación de la mujer en la época republicana creó contradicciones tanto en el espacio público como en el espacio privado. Los hombres pertenecientes a todas las facciones se encontraron anonadados y sin sentirse preparados para los cambios repentinos en los papeles tradicionales de género. Mientras los republicanos apoyaban la emancipación femenina, a la vez demostraban el miedo que se transformaba en acciones represivas. No podían ver a la mujer –es decir, la figura idealizada de madre, hermana, novia— trivializada por un activismo político, en particular a partir de 1936. En la derecha, las mujeres “tradicionales” rechazaron las nuevas ideas de liberación y miraban a la mujer emancipada como a una mujer corrupta. Dialécticamente, una “nueva mujer fascista” surgió con una movilización y organización sin precedentes que las unió en una acción colectiva. Esto se puede considerar una ruptura casi radical entre todas las clases sociales. Sin embargo, y desde una perspectiva feminista, se creó una situación cargada de ironía: por primera vez en la historia de España, las mujeres se movilizaban positivamente, pero los objetivos de la movilización, en el caso de los grupos afiliados de derechas, eran mantener o devolver a la nación y a ellas mismas el estatus pre-republicano en el que las mujeres se marginarían otra vez al rango de ciudadano de segunda clase. Entre la izquierda, la movilización basada en el proletariado fue una acción visualizada, al comienzo, como un esfuerzo para redefinir los papeles de la mujer en la sociedad española, y para otorgarles los derechos y las responsabilidades de una plena ciudadanía. Después de los primeros meses de euforia, las mujeres de la República se vieron progresivamente empujadas desde una arena sociopolítica de acción hacia otra en la que sus afirmaciones de igualdad contrastaban diariamente con la coalición dominante masculina, y un contexto de identidad femenina que seguía atada por conceptos tradicionales. Uno de los temas que oscurece cualquier análisis de estas figuras carismáticas es que en el contexto bélico, las mujeres fueron empujadas hacia un laberinto con espejos ideológicos que con frecuencia reflejaban credos que se salían de la agenda social feminista. De hecho, favorecían asuntos de guerra, que se percibían siempre más urgentes que cualquier otra agenda social. Por ende, intencionalmente o no, el verdadero reflejo del yo femenino se vio transformado otra vez en una metáfora distorsionada por una sociedad masculina dominante. Las artistas y escritoras de la Segunda República compartieron por lo menos un aspecto de su vida: su participación en la producción cultural y el movimiento necesario de transición de la esfera privada a la pública. Este cambio desafió siglos de convenciones sociales que habían definido distintas y separadas identidades de género que delinearon los límites políticos, artísticos y sociales de las mujeres. Desde este denominador común de experiencia, y como resultado de conflictivas relaciones políticas dentro del ambiente creado por la formación de la Segunda República, los caminos se dividieron. Algunas mujeres escogieron regresar (artística y personalmente) a la hegemonía tradicionalista masculina. La elección del otro camino conllevó posibilidades, dudas y desafío a esas imposiciones hegemónicas para afirmar su derecho a una autodeterminación no solamente en su arte sino también en su vida personal. |