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Ser madre de un niño en una ciudad es entre un lujo, una osadía, un capricho y un acto heroico
Los niños molestan y como madre tienes que evitar que tu criatura trastoque el ritmo vital urbano
En estas ciudades lo tienen todo pensado y han reservado recintos exclusivos para las fieras, cerrados, vallados, permanentemente vigilados “por su seguridad”.
En estas ciudades modernas los niños se explayan “virtualmente” y viven las correrías y las aventuras, que les tenemos vedadas en la calle, a través de las pantallas |
SER MADRE DE UN “URBANITA” Marta Román Rivas Este artículo ha sido publicado por la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, Universidad de Castilla-La Mancha, UNICEF y Save the Children. “Una ciudad para los niños: políticas locales de infancia” Coordinadora Carmen Belmonte Useros, 2003. Ser madre de un niño en una ciudad es entre un lujo, una osadía, un capricho y un acto heroico. Ser una madre urbana es ir a contracorriente: ir despacio allí donde todos van rápido, ir cargada saltando y sorteando barreras, cautiva de lo próximo mientras todo está lejos. Ser madre en la ciudad significa tener que suplir con dinero, imaginación o resignación los desajustes urbanos, intentar unir las grietas de la ciudad dispersa, inventarse una historia para lidiar con un espacio inadecuado. Y lo más complicado, hacerlo en solitario. La crianza en la ciudad ha dejado de ser un asunto colectivo y se ha convertido en algo individual, asunto de las parejas y en el principal cometido de las madres. Y dirán muchos mayores “estos niños lo tienen todo”, cuartos repletos de juguetes, triciclos cuando aún no saben andar, bicicletas cuando no llegan a los pedales, cualquier cosa antes de que la necesite, la desee o la pueda usar. Y dirán muchos mayores “yo a su edad....” Y muchos mayores no se darán cuenta de que a los niños en la ciudad les hemos arrebatado silenciosamente lo más básico: su espacio vital y su capacidad de moverse libremente. Fíjate, ya no hay niños por la calle. No hay niños caminando solos, jugando en grupo, escondidos tras las esquinas o subidos en los árboles. Apenas ves niños por la calle y cualquier visitante de otras ciudades del Sur, todavía sensibles a su presencia, encontrarán nuestras ciudades muy limpias y muy aseadas pero tristemente muertas. Y en ese vacío repleto de humos, coches y prisas, puede aparecer una madre empujando un carrito o tirando del brazo del pequeño “apresúrate” o llamándole angustiada “no corras”, “no cruces”, “detente”. Ritmos descompasados. Educar significará inculcar esa marcha urbana, ni muy rápida ni muy lenta, marcada por el semáforo en verde, los abrigos de los transeúntes o la estrechez de las aceras. Seguramente muchas madres podemos recordar todavía nuestro camino al colegio. Desde los siete años ningún mayor nos acompañaba, íbamos solas o en pequeños grupos de distintas edades. Qué sencillo ese acto de caminar, detenerse a observar, mirar la tienda, oler la panadería, desear algún objeto del escaparate, llamar a un timbre y salir corriendo. Qué acto tan sencillo de libertad, ir al colegio o bien escabullirte y “hacer novillos” y empezar a crecer, a asumir responsabilidades. Qué sencillo aprender orientación: dónde estoy, a qué distancia del colegio, cuántos pasos me faltan para llegar, qué hitos me ayudan a entender y a amar el espacio que día a día recorro. Qué percepción tan plena de olores, colores, sensaciones, como sólo un niño puede apreciar el crujido de la hoja, el placer de pisar un charco o el estruendo de una lata lanzada muy lejos. Pregunta a cualquier mayor a qué jugaba y dónde. ¿Recuerdas tu calle? Ese era el escenario preferido, a ser posible “inacabada”, cuantos más baches, descampados y aceras con barro, mejor. La calle era el lugar de encuentro con los otros, el espacio de la pandilla, la pelea, la pelota, la comba, la rayuela, el escondite.... La presencia y el control de los mayores era esquivable, estaba tras el grito que reclamaba ir a cenar, la reprimenda de “niños, no tiréis piedras” o el auxilio inestimable cuando alguien se hacía daño. Y ahora, ¿qué espacios les hemos dejado? En el barrio nada, o casi nada. Los niños molestan y como madre tienes que evitar que tu criatura trastoque el ritmo vital urbano. “Prohibido jugar a la pelota” “prohibido pisar el césped” “prohibidos patinetes y patines”. No es una exageración, hasta he visto cómo clausuran una guardería en un patio de manzana porque a los vecinos les molesta el ruido de los niños jugando. Los guardias urbanos no han ido a las oficinas, ni a los talleres, ni a los cafés, tampoco a las fábricas, sino a los colegios a impartir seguridad vial. Porque se ha descubierto que los niños son el origen del peligro, las bestias indomables que deben aprender a comportarse adecuadamente, los seres incontrolados que pueden acarrear alguna desgracia. Por eso han elaborado señales triangulares de peligro cerca de los colegios donde aparecen un niño y una niña corriendo con carteras. De esa forma los que por allí circulan están precavidos ante la posibilidad de encontrar “niños sueltos”, animales peligrosos, seres temibles de 20 o 30 kilos de peso que pueden irrumpir en la calle tras una pelota. Y es que los niños, con sus capacidades de andar y correr totalmente desarrolladas, todavía tardarán unos años hasta que pueden detectar la velocidad de un móvil, reconocer el origen de un ruido o entender la complejidad del tráfico. Y como no saben comportarse en la calle como adultos, se les condenará a vivir bajo arresto y vigilancia permanente. Y ahora entenderás por qué a nosotras nos toca reconvertirnos en carceleras. Por eso, cuando le lleves por la calle agárrale fuerte de la mano, dale un azote si osa cruzar solo una calle, un grito cuando se acerca al abismo de la acera. No cuestiones los coches circulando a 50-60-80 kilómetros por hora: “tienen prisa”, no cuestiones la furgoneta que aparca en la acera: “está trabajando”, no cuestiones los humos que escupen los coches a la altura de la nariz de tu hijo: “es creación de riqueza”. Pero no nos quejemos, en estas ciudades lo tienen todo pensado y han reservado recintos exclusivos para las fieras, cerrados, vallados, permanentemente vigilados. “Por su seguridad”. No cuestiones este encierro en jaulas multicolores que nos brinda el ayuntamiento, es todo un lujo, mejor que nada. Hazte una amiga en el pequeño ghetto infantil para no morir de aburrimiento mientras ellos repiten los mismos movimientos una y otra vez, cual cobayas de laboratorio. Pero recuerda, siempre estará la sacrosanta casa como el lugar más adecuado para la crianza infantil. El espacio de la seguridad, la comodidad y el confort, donde madres e hijos podremos desarrollar amplia e intensamente la relación materno-filial y emular la imagen “rosiazul” que nos brindan los anuncios de pañales, cereales y meriendas. Ten imaginación, invéntate juegos para tenerles entretenidos. Y cuando oigas varias veces eso de “mama, me aburro” acuérdate que la salvación está al fondo del pasillo; que la televisión o los videojuegos les van a tener quietos y callados durante un rato. En estas ciudades modernas ¡qué le vamos a hacer!, los niños se explayan “virtualmente” y viven las correrías y las aventuras, que les tenemos vedadas en la calle, a través de las pantallas. Y luego encima vendrán a regañarnos los profesionales porque “señora, su niño está obeso, tiene el colesterol muy alto ¿hace ejercicio? ¿qué le da de comer?” Y nadie pondrá el grito en el cielo y nombrará la raíz del problema: el enclaustramiento infantil, la falta de ejercicio físico, la inadecuación de las calles para hacer algo tan sencillo como caminar o saltar en la acera. La imposibilidad de los niños de encontrarse con otros de su talla, la tremenda soledad de los urbanitas, su indeseado encierro. Y se convertirá de nuevo en un problema privado, en una nueva clase extraescolar que habrá que pagar, traer y llevar: fútbol, judo, natación, gimnasia, tenis.... lo que sea para que consuman sus energías y lleguen a casa cansados y no estén obesos. Y cuando acuestes a los niños, y agotada sobre el sofá, vuelvan a mostrar esos anuncios con madres sonrientes que elevan a sus niños rubios por los aires, puedes pensar algo así como “¿qué es lo que yo he hecho mal?”, “¿por qué me lo monto así?”, “¿cuándo aprenderé a organizarme?”. Y repasas tu vida maratoniana y no entiendes por qué en el siglo XXI, donde mundialmente están reconocidos los derechos de los niños, donde hay tantos profesionales dedicados a su bienestar, donde hay tantos objetos previstos para que se estimulen y jueguen, por qué resulta tan complicado ser simplemente su madre. |