Si han cambiado las formas de trabajar, ¿por qué no las políticas de salud laboral?
Las diferencias de género en salud son paradójicas: las mujeres tienen peor estado de salud, incluso excluyendo los trastornos relacionados con la reproducción, pero viven más que los hombres[1]. A lo largo de su vida las mujeres experimentan más enfermedades no mortales mientras los hombres desarrollan enfermedades mortales. Las diferencias de salud disminuyen en etapas avanzadas de la vida, cuando los hombres comienzan a sufrir enfermedades crónicas que conducen a la muerte como cáncer, enfisemas, cirrosis, enfermedades renales, coronarias o cerebrovasculares que son las reflejadas habitualmente en las estadísticas de salud. Los problemas que experimentan las mujeres pueden ser menores desde un punto de vista médico pero no lo son para las vidas cotidianas de las mujeres. Verbrugge habla del “iceberg de la morbididad”: la punta visible del iceberg es masculina pero la masa es femenina. Según Ross la división social de roles que coloca a las mujeres en situación de desventaja explicaría el peor estado de salud de las mujeres caracterizado por trastornos que no conducen a la muerte pero las afecta a lo largo de toda la vida, mientras los estilos de vida de los hombres serían responsables de las enfermedades que padecen en estadios avanzados de la vida y les llevan a la muerte. Decía el Director Regional de la OMS Europa en 1986 que quedaba “un largo camino que recorrer antes de que todos los estados europeos miembros hayan hecho de la salud una preocupación básica de todos los sectores en desarrollo y creado ambientes sociales, económicos, naturales y físicos adecuados, que hagan que las condiciones de vida sana se conviertan en modo de vida asequible y organizado adecuadamente sus servicios sanitarios de tal forma que aseguren un apropiado nivel de atención para todos los que lo necesitan - atención humana, atención eficaz y uso preciso de los recursos de atención sanitaria”. Parafraseamos el lema de la OMS “Salud para todos en el año 2000” para enfatizar la necesidad de recorrer ese largo camino hacia la salud
también en el trabajo y de hacerlo contemplando las posibles vías diferentes que se dibujan en función del sexo de quien lo recorra. Hasta hace pocos años los estudios sobre la influencia del trabajo en la salud incluían exclusivamente hombres, tendencia que en la actualidad se ha sustituido por la de analizar poblaciones mixtas pero asumir que los riesgos laborales o los comportamientos relacionados con la salud afectan de la misma forma a ambos sexos y por entender por trabajo sólo el remunerado. Lo que se propone desde el análisis de género en salud laboral es estudiar el patrón diferencial de enfermar en razón de las diferencias biológicas y sociales de hombres y mujeres considerando no sólo el ambiente laboral, sino también el extralaboral, no sólo las consecuencias sobre la salud biológica sino también sobre la psicológica y social.
En nuestro país el término salud laboral se entiende como sinónimo de la prevención de accidentes de trabajo o de las llamadas enfermedades profesionales, alteraciones de la esfera biológica de la salud, consecuencia de la exposición a riesgos “tangibles”, físicos, químicos o biológicos. Pero se han producido en los últimos años cambios importantes en el mercado de trabajo que aconsejan una revisión de este concepto. Las mujeres nos hemos incorporado al mercado laboral al tiempo que va desapareciendo la tendencia de abandonarlo para encargarse del núcleo familiar. En la actualidad la tasa de actividad en la población femenina española es del 37% y alcanza el 64% en las de edades comprendidas entre los 20 y los 39 años y el 84% entre las que han cursado estudios superiores. Además España, como otros países de nuestro entorno se ha convertido en un país de servicios, de modo que según datos de la Encuesta de Población Activa del primer trimestre de 1997, poco más de la mitad de los hombres (52%) y casi todas las mujeres (80%) trabajaban en este sector: el comercio ocupaba al 20% de las mujeres, la sanidad al 12% y la educación al 11% (figura 1). Todas ellas son actividades en que el riesgo de accidentes o de enfermedades profesionales es bajo y sin embargo parece claro que estos trabajos también influyen sobre la salud y el bienestar. ( Ver cuadro: Evolución de la proporción de población ocupada en el sector servicios en España.) Junto a la feminización y al predominio del sector servicios se han producido otros cambios que han modificado de forma sustancial el concepto de trabajo. La informatización de los procesos de producción ha conducido a una mayor eficiencia en el trabajo y una menor necesidad de fuerza física pero a costa de más sedentarismo con el esfuerzo concentrado en las extremidades superiores y en el uso de un reducido grupo de músculos lo que se ha traducido en un aumento espectacular de problemas musculoesqueléticos como el dolor de espalda o los trastornos producidos por trauma repetitivo como el síndrome del túnel carpiano[2]. Además se ha sustituido el trabajo entendido como manipulación de cargas por el manejo de información lo que ha desembocado en un incremento de los problemas de salud relacionados con el estrés. Junto a estos cambios en las formas de trabajar se han producido cambios sociodemográficos entre los que señalamos el mayor nivel de educación de la población ocupada que difícilmente aceptaría las formas de gestión jerarquizadas de antaño o modificaciones en las actitudes con respecto a la salud, más sensibilizada por la calidad de vida, lo que es coherente con la definición de salud de la OMS, en el sentido de bienestar físico, psicológico y social y, finalmente, un envejecimiento progresivo de la población trabajadora.
La revisión del concepto actual de salud laboral, a la que aludíamos debe tener en cuenta estos cambios de las últimas décadas, tanto a nivel laboral, como en la sociedad en general. Han de analizarse los nuevos riesgos que afrontan los trabajadores y trabajadoras, sus nuevas actitudes y las formas diferentes de enfermar debidas a las diferencias biológicas y sociales entre mujeres y hombres. Es importante en este último punto revisar también el discurso tradicional sobre la salud de la mujer trabajadora centrado casi exclusivamente en la salud reproductiva más preocupado por proteger la salud del feto que la de la madre y que en ocasiones ha facilitado situaciones de auténtica discriminación amparadas en la supuesta reducción de riesgos para el embarazo.
La reciente Ley de Prevención de Riesgos Laborales que establece la obligación de realizar una evaluación de riesgos en las empresas, es una buena oportunidad para el ejercicio de una nueva salud laboral que tenga en cuenta los puntos críticos que hemos comentado. Lamentablemente, el panorama español dominado por un abordaje muy tradicional tanto entre los profesionales - médicos de empresa, higienistas, técnicos de seguridad - como entre los diferentes agentes sociales, parece resistente a los cambios y anclado en una visión centrada en la seguridad e higiene cuando se refiere al análisis de los riesgos, y en la biología al considerar las consecuencias sobre la salud. Queda, aquí también, un largo camino por recorrer para llegar a esa nueva salud laboral adaptada a las nuevas formas de trabajar y a los cambios sociales de los últimos años, que realmente sea efectiva para reducir los riesgos reales que el trabajo supone hoy en día. Esta redefinición de la salud laboral implica tener en cuenta los siguientes puntos:
- Mayor consideración de todos los factores que afectan la salud de las mujeres, no sólo los biológicos sino también los sociales, económicos, culturales, ambientales, familiares, ocupacionales y políticos.
- Mayor atención a todos los roles de las mujeres, más allá de la consideración tradicional de los papeles de madre y esposa.
- Más atención a los roles y responsabilidades de los hombres y a las desigualdades entre hombres y mujeres.
- Más implicación de los hombres en el cambio.
- Medidas para asegurar la voz de las mujeres en la identificación de problemas de salud, en la investigación, planificación, ejecución y monitorización de programas.
Una discusión pendiente en salud laboral ¿Mejor trabajar fuera o quedarse en casa?
Aunque en ocasiones las desigualdades de género en salud se han atribuido a las diferencias biológicas entre ambos sexos, cada vez es mayor el interés por la influencia que sus diferentes roles sociales tiene sobre la salud. Quizás el papel de hombres y mujeres en relación al trabajo del hogar es una de las diferencias más notables en este sentido.
Uno de los cambios sociales más importantes en este siglo ha sido la incorporación de la mujer en el mercado laboral. En los últimos años se ha producido un aumento de las mujeres jóvenes entre la población activa acompañado de un descenso paralelo de las amas de casa, si bien esta última situación continúa siendo la de más de la tercera parte de españolas entre 16 y 65 años.
A pesar de esta incorporación de las mujeres en el mercado laboral, no se ha producido una entrada paralela de los hombres en el trabajo doméstico. Según una encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) mientras el 75% de las mujeres con un trabajo remunerado participaban en las tareas del hogar, sólo lo hacían el 7% de los hombres ocupados. Incluso entre las personas que participaban en el trabajo doméstico, la media de horas dedicadas era superior en mujeres con 3,12 horas de promedio semanal por 2,04 horas en hombres[3].
A pesar de la sobrecarga de trabajo en las mujeres con un trabajo remunerado, que continúan siendo las principales responsables de las tareas del hogar, la mayoría de los estudios coincide en señalar que las mujeres que trabajan fuera de casa presentan mejor estado de salud que las amas de casa lo que se atribuye al efecto beneficioso del desempeño de varios roles - trabajadora, esposa y madre - que ampliarían los recursos y compensaciones, incluyendo fuentes alternativas de autoestima, control y apoyo social. Algunos de los aspectos positivos que se han asociado al trabajo remunerado son los siguientes:
- Autoestima y autoconfianza que se asocia con el llamado “locus de control interno”, es decir, la confianza de una persona para cambiar su entorno a a través de su actuación. La toma de decisiones en el trabajo proporcionaría un sentimiento de eficacia en la relación con el propio entorno.? El empleo proporciona una red de apoyo social, un marco de referencia, a personas que de otra forma podrían quedar aisladas.
- El trabajo remunerado permite a las mujeres una mejor situación en las relaciones de poder en la pareja.
- Finalmente el trabajo puede ser en sí mismo una fuente de satisfacción. Hombres y mujeres insatisfechos con su trabajo tienen más probabilidades de considerar su salud como regular o mala.
Se ha criticado que el estudio de las desigualdades sociales en salud no tiene en cuenta las desigualdades de género. Sin embargo también es cierta la crítica inversa: a menudo los estudios sobre las desigualdades de género no han tenido en cuenta las diferencias entre mujeres de distintas clases sociales. Ambas variables, género y clase, deben ser consideradas para entender la salud de hombres y mujeres. En un estudio realizado con datos de la Encuesta de Salud de Barcelona de 1992[4], el 16% de las mujeres ocupadas y el 31% de las amas de casa declaraban mal estado de salud. La clase social fue un predictor importante de mal estado de salud, de modo que las mujeres trabajadoras de clase IV y V - las más bajas - tuvieron peor estado de salud que las amas de casa de clases I y II.
La doble jornada de la mujer ocupada
Frente a la línea de los roles múltiples que explica el mejor estado de salud de las mujeres ocupadas en comparación con las amas de casa resaltando los aspectos positivos de la variedad de roles, se ha señalado el efecto negativo de la sobrecarga o del conflicto de roles. Un estudio reciente en población ocupada sueca muestra que tanto en hombres como en mujeres la carga de trabajo del hogar y la total aumentan al hacerlo el número de hijos, pero entre las trabajadoras además se incrementa la percepción de estrés en el trabajo, de conflicto de rol y disminuye la percepción de control sobre el trabajo doméstico[5]. Se ha señalado en mujeres ocupadas con altas cargas de trabajo doméstico prevalencias de síntomas psiquiátricos similares a los de las amas de casa y superiores a las empleadas con menor carga de trabajo doméstico. Los trastornos de salud derivados del trabajo doméstico serían debidos al exceso de trabajo, a la dificultad de compatibilizar la vida familiar y el trabajo remunerado o incluso a las dificultades económicas que afectan más a las mujeres ya que habitualmente son ellas las responsables de gestionar la economía familiar, comprar, pagar las facturas o llevar a las criaturas a la consulta médica[6].
También en nuestro país se ha documentado un peor estado de salud en mujeres con altas cargas de trabajo en el hogar. En un estudio reciente realizado con datos procedentes de la Encuesta de Salud de Catalunya de 1994, el riesgo de mal estado de salud era más alto a medida que aumentaba el número de personas en el hogar. No se observó relación entre el número de personas en el hogar y el estado de salud en hombres lo que tendría relación con su menor implicación en las tareas del hogar. En estudios realizados fuera de nuestro país se ha observado que también en hombres el riesgo de algunos trastornos de salud como la depresión se incrementa con el tiempo dedicado a las tareas domésticas[7],[8].
Merece la pena señalar aquí también el papel de la clase social. Este indicador, cuando se mide a través de la ocupación, es una aproximación a las circunstancias estructurales y materiales del núcleo familiar y, en el caso de población ocupada, al entorno laboral. En relación al primer aspecto, las circunstancias materiales del núcleo familiar, las mujeres de clases sociales altas tienen un mayor poder adquisitivo lo que les permitiría contar con más recursos - personales y materiales - para llevar a cabo las tareas del hogar. En nuestro país se ha documentado que a medida que aumenta el nivel de estudios en las mujeres disminuye su participación en las tareas del hogar, de modo que según la encuesta de población española antes mencionada mientras la participación en las tareas del hogar entre las mujeres que sólo sabían leer y escribir era del 94%, en las que tenían estudios universitarios descendía al 69%. Sin embargo no se observó el hecho complementario en hombres, con una participación en el trabajo doméstico muy baja y similar en diferentes niveles de educación3.
En relación al segundo aspecto relacionado con la clase ocupacional, el ambiente laboral, los trabajadores de clases altas, más cualificados, están menos expuestos a riesgos del entorno físico y psicosocial. Pero además las ocupaciones más cualificadas se caracterizan por un control medio superior[9], mayor posibilidad de tomar decisiones, mayor complejidad, menor grado de supervisión y de rutina[10], todas ellas dimensiones de control sobre el propio trabajo que se ha mostrado asociado a buen estado de salud. En general las mujeres tienen puestos de trabajo que permiten ejercer un menor control que los ocupados por los hombres.
En definitiva, desigualdades de género en el ámbito del hogar, bien porque las mujeres asumen el papel de amas de casa o bien porque aun realizando un trabajo remunerado, continúan siendo las responsables del trabajo del hogar, que se traducen en desigualdades de salud. Posibles estrategias para mejorar el estado de salud de las mujeres deberían discutir la incorporación decidida de la mujer en el mercado laboral, con las mismas condiciones que los hombres, y una igualmente decidida implicación de éstos en el trabajo doméstico.
Prevención del estrés en el medio laboral
Considerado el estrés como un proceso en el que unos estresores - factores del entorno psicosocial -, percibidos por el individuo, se asocian a riesgos sobre la salud, las estrategias de prevención pueden dirigirse tanto a los estresores, como al individuo reduciendo su vulnerabilidad a las amenazas del ambiente o tratando los problemas de salud que se derivan del entorno amenazante. Tradicionalmente se ha seguido este segundo abordaje colocando el énfasis en los recursos individuales para afrontar el estrés - reflejado en la mayoría de los programas de prevención que buscan aumentar los recursos personales de adaptación - lo que ha limitado el avance en la identificación de los factores ambientales responsables del estrés. Sin embargo existe una razón obvia para rechazar la aproximación tradicional: la salud laboral busca identificar las exposiciones de riesgo para intervenir sobre ellas. Del mismo modo que nadie se plantearía como la principal estrategia para disminuir la incidencia de determinados cánceres asociados a tóxicos laborales el tratamiento de la enfermedad sino la eliminación de los tóxicos ambientales, en el caso del estrés ésta debe ser también la orientación básica: modificar los factores del entorno psicosocial que suponen un riesgo para la salud. Algunos puntos a tener en cuenta en esta reorganización del trabajo son los siguientes:
- Aumentar la participación de los trabajadores en las decisiones que afectan a la unidad.
- Aumentar la autonomía de los trabajadores, de forma que puedan decidir la forma y el orden en que se realiza el trabajo.
- Diseñar las tareas de modo que confieran sentido, estímulo, sensación de plenitud y la oportunidad de hacer uso de las propias capacitaciones.
- Definir claramente los papeles y las responsabilidades en el trabajo.
- Crear oportunidades para la interacción social, incluidos el apoyo emocional e instrumental.
Aunque este planteamiento puede ser percibido como una amenaza al poder tradicional en las empresas, está comprobado que estilos de gestión horizontales se asocian no sólo a mejoras en el bienestar de los trabajadores sino también de la productividad de la empresa. Éste es uno de los atractivos del modelo expuesto, si bien no será fácil introducir estas propuestas en un país como el nuestro todavía anclado en formas de gestión muy jerarquizadas, celosas de sus parcelas de poder y temerosas de los cambios. No es fácil tampoco con unas tasas de paro altísimas que permiten al empresario “el lujo” de enfermar trabajadores/as que fácilmente pueden ser sustituidos/as por otros que, dada la situación del mercado laboral, aceptarán cualquier condición aunque amenace su salud. Y es que primero queremos sobrevivir y garantizada la supervivencia, buscamos vivir.
Notas
[1] Verbrugge LM. The twain meet: Empirical explanations of sex differences in health and mortality. En: Ory MG, Warner HR eds. Gender, health and longevity: multidisciplinary perspectives. New York: Springer Publishing Company, 1990.
[2] Morse LH, Hinds LJ. Women and Ergonomics. Occup Med State Art Rev 1993: 8: 721-731.
[3] Ramos Torres R. Cronos dividido. Uso del tiempo y desigualdad entre hombres y mujeres en España. Bilbao: DIDOD, S.A., 1990.
[4] Rohlfs I, de Andrés J, Artazcoz L, Ribalta M, Borrell C. Influencia del trabajo remunerado en el estado de salud percibido de las mujeres. Med Clin (Barc) 1996; 108: 566-71.
[5] Lundberg U, Mardberg B, Frankenhaeuser M. The total workload of male and female white collar workers as related to age, occupational level, and number of children. Scand J Psycol 1994; 35: 315-27.
[6] Ross CE, Bird CE. Sex Stratification and Health Lifestyle: Consequences for Men’s and Women’s Perceived Health. J Health Soc Behav 1994; 35: 161-178.[7] Glass J, Fujimoto T. Housework, Paid Work, and Depression among Husbands and Wives. J Health Soc Behav 1994; 35: 179-91.
[8] Rosenfield S. The Costs of Sharing: Wives’ Employment and Husbands’s Mental Health. J Health Soc Behav 1992; 33: 213-25.[9] Marmot MG, Davey Smith G, Stansfield S. Health Inequalities among British civil servants: the Whitehall II study. Lancet 1991; 337: 1387-93.
[10] Kushnir T, Kasan R. Major sources of stress among women managers, clerical workers, and working single mothers: Demands vs. Resources. Public Health Rev 1993; 20:215-29.
[11] Karasek R, Theorell T. Healthy Work. Stress, productivity, and the reconstruction of working life. New York, NY: Basic Books, 1990.
[12] Por exigencias psicológicas se entiende la cantidad de trabajo y no al hecho de realizar un trabajo intelectual
[13] Jonhson JV, Hall EM. Job strain, workplace social support and cardiovascular disease: A cross-sectional study of a random sample of the Swedish working population. Am J Public Health 1988;78:1336-42.
Nota. El presente artículo fue publicado inicialmente en la Revista Mujeres y salud (MYS) nº 2, editada por el programa Mujer, Salud y Calidad de Vida que desarrolla el Centro de Análisis de Programas Sanitarios (CAPS) de Barcelona.
|

El análisis de género en salud laboral se propone estudiar el patrón diferencial de enfermar
Es importante revisar el discurso tradicional sobre la salud de la mujer trabajadora
Las mujeres que trabajan fuera de casa presentan mayor estado de salud que las amas de casa
Género y clase, deben ser consideradas para entender la salud de hombres y mujeres
Con tasas de paro altísimas enfermar se convierte en "un lujo" para las trabajadoras
|