Siempre que aludo a mis comienzos en el mundo cooperativo, no puedo evitar emocionarme. Aun hoy, recuerdo con cierto “halo triunfal”, el momento en que me llamaron para empezar a trabajar en la cooperativa de la que formo parte desde hace casi diez años y de la que soy socia hace más de siete. He de decir, en honor a la verdad, que el camino no fue fácil. Tenía 25 años cuando terminé la carrera de Psicología, y a mi familia buscando local para ponerme una consulta particular y asegurarme el futuro ¡para siempre!.
Fue en una visita a un edificio, cuando vi por primera vez a dos mujeres trabajando en los jardines del recinto donde se encontraba ubicado el local que me interesaba. Aunque nos encontrábamos a principios del 89, no era muy usual ver a mujeres manejando segadoras y cortasetos, y sobre todo con la destreza con que lo hacían ellas. Permanecí observando cómo trabajaban largo rato, después... me fui a ver mi local, ese que iba a asegurarme el futuro ¡para siempre!. No me gustó.
Recuerdo que comenté con amigos/as y conocidos/as lo extraño que resultaba ver a mujeres trabajando en jardinería y, aunque a mí me parecía admirable, no dejaba de preguntarme qué empresa las habría contratado.
Un buen día, me enteré por un amigo que en nuestro municipio se había formado una cooperativa de jardinería donde dos de sus seis fundadores... ¡Eran mujeres! En ese momento pensé: ¡Jardineras! ¡Fundadoras! ¡Mujeres!… ¿Cooperativa...? ¡Desconocía lo que era una cooperativa! Al día siguiente, me fui a la Biblioteca dispuesta a llevarme a casa todos los libros que encontrase sobre cooperativas, conseguí un total de dos libros: uno de ellos escrito en francés, el otro casi ilegible debido a que había sido sumergido en un licor de origen para mí desconocido. A pesar de las dificultades, debido a mi escaso dominio del francés y gracias al hallazgo de alguna página sobria en el otro libro, conseguí realizar un esbozo más o menos acertado de lo que era una cooperativa. Digo, ”más o menos” porque en ocasiones el exceso de ilusión se convierte en utopía y ésta a su vez nos va disfrazando lenta, pero inexorablemente, la
realidad.
He de reconocer que el entusiasmo fue un factor determinante a la hora de dar los pasos necesarios para conseguir entrar a trabajar en la cooperativa. Tanto es así, que no dudé en modificar mi nivel de estudios y convertirme en una mujer con Certificado de Estudios Primarios, solicitante de un Curso de Cultivo en Invernaderos del Plan FIP impartido por el INEM, exclusivamente para mujeres desempleadas y sin estudios. Estos eran requisitos indispensables para, una vez finalizado el curso, poder realizar las prácticas en el Ayuntamiento de Leganés y ese era precisamente el objetivo a conseguir, ya que se sabía que los alumnos en prácticas que participaban en los convenios INEM/Corporaciones Locales, tenían grandes posibilidades de ser propuestos para trabajar durante el periodo de verano en la Cooperativa Helechos, empresa responsable del mantenimiento y conservación de los parques y jardines de Leganés. Conseguí realizar el Curso de Cultivo en Invernaderos y más tarde pude hacer otro de Agricultura Biológica ,es decir, había acumulado suficiente formación para poder hacer las prácticas en el Ayuntamiento ¡Y las hice!, pero durante todo ese tiempo nadie hizo referencia a la posibilidad trabajar en la cooperativa Helechos. Solo se comentaba que era muy difícil entrar y se repetía una y otra vez que no querían mujeres, y algo que yo sabía desde el principio: “Solo hay dos trabajadoras y son socias”, “Si para un hombre está difícil, para una mujer.... imposible” El periodo de prácticas finalizó y nos dijeron ¡adios!... Yo me fui a casa con mi entusiasmo envuelto en decepción y con la idea de retomar lo que sería mi trabajo seguro ¡para siempre!
Mi madre, por el contrario, comenzaba a recuperar la esperanza de que su hija no hubiera perdido del todo la razón y recapacitara, ¿os hacéis una idea?: “¡Con una carrera y querer trabajar de jardinera!”, “Con lo bien que podías vivir trabajando en lo que has estudiado...” “Dónde se ha visto una mujer trabajando en un oficio de hombres...! y un largo etc. Lo cierto es que entre unas cosas y otras, estuve a punto de tirar la toalla… pero no lo hice. Días más tarde y tras recuperarme un poco de mi pequeña ¡gran! derrota, decidí comenzar el año 90 apuntándome a un curso de Horticultura Biológica, hecho, que convención a mi madre de que su hija había perdido la cordura definitivamente.Yo, por el contrario, me encontraba muy bien, el curso era muy interesante y me planteaba emprender cosas por mi cuenta, tenía cientos de ideas orientadas a montar ¡¡¡cientos de cooperativas, constituidas por cientos de mujeres!!!.
Pasado mediados de Enero, justo el 16 (lo recuerdo más que nada porque era el día de mi cumpleaños) a eso de las 11:00 de la mañana recibo una llamada del Encargado de Mantenimiento del Ayto. de Leganés, para proponerme un trabajo en una empresa de mantenimiento de jardines, con un contrato de seis meses como auxiliar de jardinería. Le pregunté el nombre la empresa y dónde estaba ubicada, a lo que el me respondió: “Bueno... no es una Empresa, Empresa..., es una Cooperativa , se llama Helechos y está ubicada en Leganés. ¿La conoces? “ Solo pude contestarle... “Algo” Alguien ha escrito que “todo el que renuncia a sus sueños, muere un poco”, y yo ese día me sentí la mujer más viva de la tierra. Estaba feliz, me habían hecho el mejor regalo de cumpleaños (mi madre no era de la misma opinión).
Tenía que ir a recoger mi ropa de trabajo y entregar la documentación necesaria para hacerme el contrato y así lo hice. El responsable del Ayto. me presentó a uno de los socios de la cooperativa (era el jefe de personal). Me entregó la ropa de trabajo y me asignó a un grupo.
Al día siguiente llegué un cuarto de hora antes, no quería llegar tarde ¿Sois conscientes de la fama que tenemos las mujeres de que se nos pegan las sábanas y llegamos siempre tarde? Yo, sabedora de dicha reputación no estaba dispuesta a alimentarla y lo cierto es que los nervios tampoco me permitieron dormir mucho esa noche.
Llegué de las primeras y ayudé a preparar las herramientas y cargarlas en las carretillas, siempre en ese estado de ansiedad que propicia un nuevo trabajo, donde además “tienes a tu favor” que eres una desconocida y estás en aplastante minoría, por aquello de que el 97% de la plantilla pertenece al género masculino. Ese era mi caso. Pero mi obsesión, era conseguir estar a la altura, creo que coloqué la herramienta correctamente y consiguiendo casi una plusmarca. En el camino hacia las zonas de trabajo, los compañeros me motivaron bastante, frases como “Aquí las mujeres tenéis poco que hacer, a no ser que vengáis con recomendación”, “Las únicas mujeres que permanecen son las socias” “Si trabajas bien, puede que dures aquí los seis meses, pero después... fijo que vas a la calle”. En fin, que mi primer día fue muy alentador, sobre todo si a eso le añades que nos plantamos del orden de 62 árboles en las cuatro primeras horas de la jornada, eso si, teniendo en cuenta en todo momento que eres mujer y las mujeres...ya se sabe... Sinceramente, llegué a mi casa con mi condición de mujer repleta de agujetas, pero mi jefe de equipo habían conseguido alimentar mi autoestima con una frase que me llenó de satisfacción: “Muy bien, has trabajado como un hombre” ¡Nunca me he sentido tan realizada! Pasado un tiempo, me cambiaron de zona y de jefe de equipo. Me llevé una “alegría enorme”, pues me dijeron mis compañeros que, precisamente, este jefe de equipo (socio) si hay algo que no quiere en la cooperativa son: mujeres. Ese día aprendí que una de mis limitaciones como profesional, consistía en que al no poder realizar una de las necesidades fisiológicas más comunes, de pie, llevaba implícito el inconveniente de enseñar “mis partes menos gratas” si tuviera la necesidad de realizar la mencionada necesidad en la calle. Por otra parte, creo que a mi nuevo grupo les gustó mi forma de trabajar, pues me alentaron con un “le has echado un par de... ¿se puede decir huevos?“ En fin, todo iba de maravilla, el problema es que no se si me sentía orgullosa o confusa. Intentaba dar la talla en todo momento, no quería que me echasen por ¡mujer! Me asaltaban pequeñas dudas como ¿he de escupir yo también? ¿Será síntoma de debilidad si les confieso que los ovarios me duelen en “esos días”? ¿Debo interesarme en comprobar que el fuera de juego de Sanchís se debe a que el árbitro está comprado? Entendía que trabajar en labores de jardinería requería una cierta resistencia física pero ¿sería ese dichoso estado febril que padecía la prueba de que las mujeres no son capaces de aguantar ni un “simple catarro”? Me esforcé todo lo que pude y demostré todo lo que era capaz de demostrar para que, si tenían que prescindir de mí, no lo hicieran por ¡mujer!
Se cumplieron los seis meses de contrato y me renovaron otros seis y después un año más y llegó un momento en que dejé de ser la ¡mujer! y comencé a ser la compañera. Más tarde, se me derivó a la formación como Monitora de Jardinería impartiendo cursos a discapacitados. A los dos años y medio adquirí la condición de socia de la cooperativa. Ese, fue realmente un día grande para mí. Más tarde fui elegida consejera (vocal) cargo que ostento en la actualidad. Al mismo tiempo, dirijo el Area de RRHH de la Cooperativa Helechos y de la cual sigo estando enamorada, porque hasta el día de hoy, con todos sus pequeños y a veces grandes “inconvenientes”, he recibido mucho más de ella de lo que yo le haya podido ofrecer. Me enorgullece comprobar que en la actualidad somos más de 20 mujeres trabajando en Helechos y que la calidad profesional de mis compañeras empieza a ser reconocida en su justa medida. Ahora, no es necesario “trabajar como un hombre” para que se reconozca nuestra profesionalidad La mayoría de nuestros compañeros valoran por igual el trabajo que realizamos los hombre y mujeres de nuestra Cooperativa. Estamos convencidas de que aun queda mucho por hacer y sabemos que la mayor parte del esfuerzo recaerá siempre en quienes tengan que demostrar su valía a base de conseguir “plusmarcas”. Hasta ahora siempre ha sido tarea de las mujeres y esto nos está generando un gran valor añadido. Somos capaces de conseguir lo que nos propongamos, sin tenerlo nada fácil. No perdamos de vista este hecho. La meta que me marqué hace ya casi diez años la conseguí desde el momento en que pude sentirme parte de Helechos. Hoy tengo otra aún más importante: participar en hacerla cada día más próspera en el ámbito laboral y más grande en lo social.
Un abrazo para todas y todos
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El entusiasmo fue un factor determinante para conseguir trabajar en la cooperativa
Alguien ha escrito: "Todo el que renuncia a sus sueños, muere un poco".

Me esforcé todo lo que pude para que si tenían que prescindir de mi, no lo hicieran por ser mujer
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